jueves, 24 de marzo de 2011

Recuerdos de un concierto

          I don't know whether I like it, but it is what I meant.                    Ralph Vaughan Williams

         
 Me imagino que las orquestas profesionales de prestigio deben estar acostumbradas a que las cosas les salgan bien y que sus actuaciones sean un éxito. Pero a nosotros, cuando un concierto nos sale redondo, como el que dimos el pasado domingo en Caldes de Montbui, nos queda un dulcísimo recuerdo que nos dura semanas, y nos empuja a seguir reuniéndonos para tocar y ensayar con ánimo fresco y optimista.

El domingo después de comer nos distribuimos en varios vehículos para llegar a esa población, donde vive Domènec, que está a una media hora de Barcelona. Josep Maria Serrado, el concertino, llevó a tres violinistas más. Mi amigo Jordi llevó a Roser, nuestra contrabajista profesional, cuyo primer instrumento es la flauta travessera. De modo que en el coche iban ellos dos, junto con un violonchelo y un contrabajo. Yo, por mi parte, me llevé a mi violonchelo y a Juan Cantarell, el director. Le recogí en la esquina de la calle Balmes con Plaza Molina, y después de perdernos tres veces por culpa del GPS, llegamos al pueblo de Caldes.

En el centro del pueblo todas las calles estaban cortadas porque era día de mercado de productos artesanos como quesos, miel, bizcochos, yogures, mermeladas, cocas y embutidos. Tras las dificultades para encontrar aparcamiento a causa del mercado, tuvimos que pasar con los instrumentos por delante de las paradas. Entonces Juan se  entusiasmó, pues una de sus pasiones es cocinar, y tuvo tentaciones de comprarse más de la mitad de los productos de cada parada ante la que pasábamos. Por suerte, como íbamos con el tiempo justo para poder empezar puntuales la prueba de sonido, encontramos el Casino de Caldes enseguida.

¿Por qué siempre los cellos somos los primeros en llegar a todas partes?
Domènec, Josep y Santiago Rosales
Allí estábamos puntuales, los cinco, más Domènec i Juan, montando el escenario. Esta es una de las partes de los conciertos que más me gustan: colocar sillas, atriles, apartar cosas, dirigir a todos los músicos a la habitación para cambiarse. En esta ocasión era un lujo: teníamos una habitación sólo para las chicas, con confortables sillones,  un perchero en el centro donde colgamos los abrigos, y un espejo para poder darnos unos retoques. Por desgracia para el blog, esta fase previa fue la única en la que pude hacer fotos, ya que luego fuimos muy ajetreados, y es totalmente imposible tocar y sacar fotos al mismo tiempo. Confío en que alguien me envíe durante estas semanas algunas imágenes adicionales del concierto. Pero he escogido todas estas instantáneas espontáneas de la prueba de sonido previa al concierto.

Por costumbre, en nuestra orquesta siempre hay unas consignas muy claras respecto al atuendo en ls conciertos. Tenemos cuatro posibilidades: que los chicos vayan con pajarita, que vayan con corbata, que vayan sólo de negro, o que vayan como quieran. Siempre depende de adónde vamos, para quién tocamos, con quién tocamos, y qué tocamos. Antes del concierto se dan las indicaciones. En esta ocasión se nos mandó un email con los últimos detalles, en el que se podía leer: “vestimenta: corbata”.

El atril del director. Al fondo, Tina
Casi siempre las mujeres nos quedamos sin consigna, pero se supone que hemos de ir más o menos de negro. Sin embargo ese es un detalle que nadie especifica nunca demasiado.

Bromas aparte, yo me vestí de negro con ropa sencilla (pantalón y una blusa), pero el día anterior había tenido un capricho-corazonada y pensé que me merecía unos zapatos, de modo que me fui a varias zapaterías hasta que encontré unos preciosos con taconazos de 10 centímetros y plataforma. Los metí en la bolsa de conciertos junto con las partituras, el atril y la correa para la pica.

Me los calcé justo en el momento de salir a tocar, y de pronto, con ellos en los pies, me sentí imbuida por una pasmosa seguridad mágica que no había tenido hasta ese momento. Nadie los vio, porque llevaba pantalones muy largos que los cubrían, y porque me siento detrás del grupo de violonchelos. Pero yo, allí sentada, con mis taconazos que me permitían mover el instrumento con una soltura distinta, con las rodillas más altas, comencé a intuir que algo grande estaba a punto de ocurrir.

Comenzamos con una presentación que nuestro anfitrión Domènec dirigió a los asistentes. No os lo perdáis: en verso. La sala, enorme, no estaba llena, pero se notaba una complicidad especial entre los músicos y el público.

Josep Gelpí y Jordi Fluvià
Tras el mini-pánico del comienzo, que básicamente consiste en que todo el programa se te hace muy cuesta arriba, no te acuerdas de cómo te llamas, no te acuerdas del tempo del primer movimiento de la primera obra, y muchas veces miras los atriles ajenos para estar totalmente seguro de que esa, y no otra, es la obra que hay que tocar, comenzamos a tocar el Concertino de Ricciotti, o Wassenaer, o Pergolesi, o quien quiera que fuera el que lo compuso (ver entradas anteriores). Después, nuestro Pedro Zacarías dejó el violín, sacó el oboe, y comenzó la magia del concierto para oboe y orquesta de Marcello. Todavía es como si lo estuviera oyendo; durante la ejecución nos acordamos de las palabras del director durante los ensayos, “el placer de acompañar”.
Helia, al teclado

Roser y Santiago
Jaume, Kim y Ferràn
Después de una breve pausa para echar unas risas y destensarnos, salimos otra vez, bajo los aplausos de los montbuiencs. Comenzaba lo grande. Por primera vez tocábamos en público las hermosísimas danzas de Grieg y sus Melodías Elegíacas: La primavera, El primer encuentro (según Juan Cantarell, dedicada al que fue el primer amor del compositor), corazón herido, y la más vigorosa, A la Noruega, en la que a Santiago y a mí nos toca hacer unas notas largas sincopadas fortissimo que nos han traído más de un estrés durante los ensayos.

Es maravilloso estar tocando en una orquesta cuando notas que estás haciendo auténtica música, sublimando el trabajo del compositor, dejándote llevar como un junco al viento por las indicaciones del director, al que mirando de reojo en los pasajes más exultantes se podía ver sonriendo y con los brazos totalmente abiertos, más como bailando o volando que dirigiendo. Juan ya estaba planeando sobre el verano boreal y nosotros nos sentíamos como navegando por un fiordo en un crucero que se acerca a Bergen.
Roser y Toni

Al final ellos aplaudían, nosotros sonreíamos, y nos levantábamos y sentábamos. Luego el concertino Josep Maria Serrado tocó la Méditation de Massenet, una pieza que todo el mundo más o menos conoce, y hay que decir que estuvo especialmente inspirado, quizás porque venía de celebrar su santo en una comida familiar. Le tengo prometido que un día me tomaré una cerveza Guiness con él antes de tocar, pero es que no me atrevo.

Por fin llegó el momento más apoteósico. Juan Cantarell nos miró con una sonrisa contenida y concentrada, y bajó despacio su  batuta blanca para que comenzara a sonar nuestra obra estrella, “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis” de Vaughan Williams. Es una pieza espléndida y la habíamos preparado a conciencia. La mayoría de nosotros opinamos que el domingo la tocamos como nunca. Como dicen los profesionales, “hubo cosas”, sí, de acuerdo, pero nadie las notó y nos quedamos muy satisfechos.
El gran Paddy

Luego, a cambiarse, recoger de nuevo los trastos, el teclado, los atriles, y caminar hacia los coches. Juan y yo fuimos paseando lentamente con Jordi, el violonchelista y Roser, la contrabajista. Para ello tuvimos que atravesar de nuevo el mercado, en el momento en que los vendedores también estaban desmontando las paradas, pero todavía quedaban algunas a medio desarmar y había cierto movimiento.


Esta vez nada ni nadie fue capaz de detenerlo: Juan Cantarell se compró dos quesos de cabra, una butifarra negra, un bull, un tarro de miel, dos botellas de aceite de oliva virgen, y también un trozo de coca, cómo no, “de músico”, que se comió de camino al parking. Puede que tuviera mucha hambre. Pero ya os digo yo que no le hacía falta ni un gramo de postre de músico, pues a este hombre la música le sale por los poros.
Juan Cantarell

Durante el viaje de regreso, en el que no me perdí, me regañó por no haber leído todavía el libro “El ruido eterno”, de Alex Ross (“The rest is noise” es el título original), a pesar de habérmelo comprado y tenerlo en casa. Ya voy por la página 76. Leedlo.

Al terminar de corregir este post ya se ha producido el primer encuentro tras el concierto. Tenemos montones de proyectos nuevos y de sorpresas. Pero no me caben todos en una sola entrada. Atentos a los meses venideros.

domingo, 13 de marzo de 2011

Soñando en el futuro


Hace muchos días que no actualizo el blog, pero sin embargo la actividad de la orquesta no se ha visto interrumpida en modo alguno. Al contrario, estamos muy nerviosos ya con los preparativos para el concierto del domingo día 20 de Marzo en Caldes de Montbui. 

Nosotros, ensayando...

El concierto tendrá lugar exactamente en el Casino de Caldes de Montbui, en el Carrer del Forn número 15, y empieza a las 18 horas. Ya os he hablado largamente sobre el programa durante post anteriores. Creo que será un concierto fantástico.

Tengo muchas noticias que contar, pero como hoy voy corta de tiempo, creo que me voy a limitar a hablar de una que me hace una especial ilusión: existe el proyecto en firme de que volvamos a colaborar con nuestro querido Matthias Weinmann. 

Matthias es un excelente violonchelista, y lo podréis encontrar todas las noches al pie del cañón en la orquesta del Gran Teatre del Liceu. En estos momentos debe de estar marcándose las 5 horas y cuarto del Parsifal. Para hablaros de Matthias necesitaría un libro de 200 páginas y no un solo post.

Pero como confío en que tendré otras ocasiones para hablar de él, os paso el siguiente chivatazo: tenemos posibilidades de que toque con nosotros el concierto para dos violonchelos de Vivaldi, junto con una violonchelista amiga suya. Eso será para el año que viene, pero me ilusiona por varios motivos. El más importante es sencillamente que me encanta colaborar con Matthias. Pero he de confesar que siento una especial debilidad por esta obra de Vivaldi. Mi predilección por esta obra no es únicamente musical, sino que tiene algo de reto que me motiva mucho. Todo aspirante a violonchelista que se precie creo que la ha intentado tocar. Tiene momentos muy divertidos y emocionantes para los solistas.

Mi hija y yo la ensayamos a menudo durante los veranos, intentando acelerar adrede en algunos momentos. En un pasaje hacia la mitad del primer movimiento, en los que la música que producen los dos violonchelos solistas se asemeja a un motor que rueda peligrosamente hacia la culminación de la frase, nos gusta mirarnos, reírnos, y gritar “ay, ay, ay, que viene, que viene!” mientras nos precipitamos hacia los compases más difíciles. Nos divierte producir un sonido tan potente con los instrumentos que se oiga más que nuestros propios aullidos. Le llamamos “meter follón” con el violonchelo.
Naturalmente, en manos de Matthias y de nuestro director, no será un follón, sino que será una auténtica delicia prepararlo, ensayarlo y tocarlo como orquesta.

Con el objetivo explícito de “hacerme la chula”, también os quiero poner estas fotos de Matthias, tomadas en una excursión que hicimos a Mallorca, en la que nos machacó caminando. En la vida no todo es música ni tampoco todo es trabajo.



 Nada más por hoy, noticias pronto aquí y en la web de la orquesta.